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martes, 20 de septiembre de 2011

Canto no heroico del kamikace

Si tengo que caer, dejadme que implosione,
que arrastre tras de mí un universo que no funciona,
y lo abandone todo en la espiral de un agujero negro.
Si tengo que desaparecer, dejadme que invente antes
un gigante ventilador
con función extra: “desmontar imposturas”.
Dejadme dar un triple salto mortal sin red
para que entre el asombro y el redoble
domine con mi suerte los temores colectivos.
Si tengo que claudicar,
dejadme al menos que componga 
mi propio y prosaico Waterloo.
Si estoy condenado a no existir,
dejadme que sea inútil bala de cañón
disparada apenas un minuto antes de la profetizada derrota.
JcS

domingo, 18 de septiembre de 2011

Precoz final

Descubro aromas alcohólicos en tus encías
mientras mi lengua recorre tus labios
guiada por un rastro de tabaco y whisky.
Mi estomago me sitúa entre la exaltación y el vómito.
No quiero medir las distancias,
te invado con timidez obscena
y unas manos que no son las mías juegan al despiste
con la cremallera de tus pantalones,
escaso éxito.
Provoco más confusión que éxtasis, más carcajada que gemido,
resbalo torpemente sobre tu inabarcable piel,
mis brazos se apartan para que mi boca sacie su narcótica sed
en tu sudor.
No quiero que rías: ¡gime, jadea, grita!
Me esfuerzo por mantener  la constancia rítmica  de un Nijinsky del sexo
y me descubro torpe como hipopótamo en el fango,
abriendo su horrenda boca.
Ante tu estupefacción y mi vergüenza
la humedad se extiende imparable sobre las sábanas.

JcS

jueves, 8 de septiembre de 2011

jueves, 1 de septiembre de 2011

Septiembre



En el primer día de septiembre suele llover como si el calendario en una conspiración infame con el cielo decidiese recordarnos que los días de azul y brisas marinas ya pasaron.

El sol ha quemado tanto las copas de los árboles que a estos no les ha quedado otro remedio que llorar hojas durante meses, árboles heridos en su dignidad por tener que aguardar desnudos el arribo de una primavera todavía inconcebible y lejana.

La realidad se impone, nubes y vientos son el aviso tajante de la invasión inevitable de la rutina. La terrible revelación de que lo que somos está ligado a calzarse con zapatos en lugar de con sandalias, a cubrirse con americanas, camisas o uniformes, a tapar el cuerpo como si de pronto, al igual que Adán y Eva, hubiésemos sido expulsados del paraíso del verano y tuviésemos que avergonzarnos de lo que somos, de cómo somos.

Y para más dolor, el poeta debe ser consciente de que debe abandonar las metáforas otoñales, porque  no puede ser más tiempo un trovador de la melancolía, de los paseos bajo las alamedas, del íntimo dolor que provocan los días grises saturados de nostalgia; sabrá que no puede aferrarse para componer sus versos a los últimos resquicios del verano que parpadeantes intentan resistir al paso de los días: ¡ay, veranillo de San Miguel!, última exhalación del moribundo. 

El poeta debe saber que ahora septiembre empieza con ajustes presupuestarios, con primas y demás familiares del riesgo, que los paseos se hacen a los centros comerciales que hipócritamente alegran el regreso al colegio de niños lloriqueantes, sangrando por otro lado las cuentas corrientes de los padres. Constatará que las televisiones reajustan sus programaciones sabedoras de que las noches son suyas  y nos tendrán atrapados y alienados con sus vomitos disfrazados, cada vez menos, de manjares. Absorto contemplará como las colas de parados se mutiplican por gemación convirtiendo la calles en verdaderos torrentes de seres invadidos por el desamparo. El poeta deberá asumir que ahora septiembre ya no es gris porque se ha convertido en negro, y la culpa la tiene la bolsa, esa bolsa donde arrojamos a la basura los sueños que nacieron allá por el mes de junio.

Pero el poeta también piensa que septiembre es un cambio de camino, en las encrucijadas también se eligen maravillosos destinos. La primera gota de lluvia sobre el rostro le hace de pronto mirar al cielo y escapar así del laberinto sus cabilaciones.

JcS