Mi madre lava la ropa en la pila del patio
con el agua gris del invierno.
Junto al fuego mi hermano y yo celebramos
el crepitar de los leños verdes
el crepitar de los leños verdes
mientras ella tiende las sábanas en cuerdas de áspero plástico.
Sus manos son de frío y sangre,
manos de hielo y lumbre
manos de hielo y lumbre
que me acarician la caliente mejilla.
Me sonríe, pero yo miro el vaso de leche y el bocadillo de cada tarde.
No conozco el dolor de los huesos, las piernas con varices,
la soledad de su cama porque él salió de madrugada
vestido con mono azul y olor a estiércol.
Sigo su paso rápido con mi trenca verde y botones de cuerno,
vamos al colegio,
pero yo no quiero separarme de ella,
pero yo no quiero separarme de ella,
del calor de su bata azul,
de sus manos manchadas de años y secas por el amoniaco
que sin embargo huelen a rosquilla y bizcocho,
de sus besos en mi frente,
de su silla de anea, de su cesto de mimbre llenos de hilos y botones.
Quiero estar con ella
cuando desde la terraza observa la carretera durante horas
mientras espera ver aparecer la furgoneta amarilla.
Mi hermano juega con indios y pistoleros de plástico.
Quiero estar junto a ella
porque sé que mi mano sobre su frente le calma el dolor.
Me sonríe y me dice que sí,
que ya está mejor,
y yo soy feliz
porque todavía no sé qué significa perder.
JcS
Ya era hora leer algo tuyo. Dan ganas de regresar a la infancia, donde todo aún es posible y acogedor.
ResponderEliminarUn abrazo!