Luca
es italiano. Guapo, inteligente, apenas lo conozco. Está de paso y un amigo
común ha pensado que sería buena idea conocernos. A Luca le gusta el arte.
Después de una hora del primer saludo me
ha preguntado si podíamos ir juntos al Museo Reina Sofía. Ha leído un
artículo sobre una exposición de Hamilton y le gustaría verla, pero siempre y cuando sea gratis. Hoy es domingo y la entrada es
gratuita, aunque yo creo que pagaría si hiciese falta, pero no por
Hamilton, en este momento no tengo ni idea de quién es Hamilton.
-También
quiero conocer el nuevo edificio de Jean Nouvel.
-A
mí me gusta, pero apenas hay cuadros allí.
-Ok,
lo visitamos y luego vemos los cuadros, quiero volver a ver el Guernica.
-Está
en la planta segunda, allí es donde está la exposición permanente. Arriba están las
temporales.
-Ok,
pero primero quiero ver el edificio nuevo.
-¿Te
gusta Nouvel?
-En
realidad no sé bien qué es lo que ha hecho.
-Ah,
el pene grande de Barcelona, ese de colores.
-Ah, sí, en Londres hay otra torre así.
-Sí,
esa de Foster, les dio por hacer penes gigantes a todos.
Intentamos
llegar a la terraza del nuevo edificio. Y digo que lo intentamos porque en un
momento de absoluto absurdo el ascensor, tras presionar el botón de cuarto
piso, se empeña en ir al segundo. Una pareja nos dice que es imposible llegar a
donde queremos, que tendremos que conformarnos con las vistas del tercero al que se llega por una escalera, los accesos al cuarto están cerrados. Trato de consolar a Luca diciendo
que la vista desde abajo es incluso mejor. En realidad creo que es así es. Nouvel
no ha construido un edificio, ha cubierto una plaza.
No
me gusta
demasiado el Reina Sofía, no es que me moleste el arte contemporáneo,
por supuesto que no, pero me he educado en colegios religiosos donde el barroco
y el renacimiento, lo inundaban todo y eso causa estragos, acaba uno con la
imaginería castellana como norma. Siento cierta animadversión a cualquier arte
que no sea figurativo, necesito ver rostros o paisajes definidos. Lo siento,
pero jamás alabaré un cuadro de Joan Miró o Jackson Pollock. Picasso es otra
cosa. A Dalí sencillamente no le aguanto por argumentos fuera de lo artístico.
Esta falsa modestia mía no casa con la exaltación de egos camuflada de
chifladura.
Luca
lleva una mochila, pero la sostiene como si fuese un bolso. Ese cuerpo
musculado, no en exceso, y su rostro varonil cubierto de una barba rubia, adquieren, sin embargo, cierta feminidad en su deambular de un cuadro a otro. Llevo una hora mirándolo,
para mí hoy es el verdadero objeto de exposición. Es uno de esos hombres
perfectos, esos a los que me limito a observar, porque cierta perfección se me
antoja intocable.
Me
apetece fumar y me imagino lo que sucedería si encendiese un cigarrillo en ese
mismo momento delante de “El
gran masturbador” de Dalí. Sería
apresado por los guardas de seguridad y
yo gritaría aquello de “soy un ciudadano que paga sus impuestos, no me pueden
tratar así. Los museos son el colmo de la incoherencia, recogen la provocación
de multitud de autores, pero todo ello en un equilibrio y en una rectitud
insoportable.También
me gustaría poder besar a Luca en este mismo instante, porque en este mismo instante
lo quiero, mañana ya no, puede que en
dos horas ya no.
El
Guernica congrega una treintena de personas delante.
-¡Qué
maravilla lo de la mujer con el hijo muerto, ahí sí que se expresa todo el dolor
y el desgarro de una guerra!-me comenta sin mirarme apenas.
-Sí,
es verdad.
Creo
que delante de los cuadros no deberíamos hablar y expresar opiniones similares
a las que, casi seguro, millones de personas han formulado antes. Si quisiera
expresar lo que siento en este momento delante del cuadro lo que debería hacer
es gritar, berrear y lanzarme al suelo entre convulsiones y montar el espectáculo,
una mezcla entre catarsis y síndrome de Stendhal. Debería controlar mi
vehemencia, me invande hasta en los pensamientos. Una vez leí que en el museo
actual sobraban las cafeterías y las tiendas de regalos. Yo creo que en los
museos sobra todo, los museos deberían arder como arengaban los dadaístas,
porque son la muerte del arte. Un cuadro tras otro, una escultura tras otra,
sin su contexto original. Si vas a una iglesia, a un palacio, el cuadro ocupa
el lugar para el que fue creado, la mayoría de las veces, incluso en una
galería de un palacio los cuadros se colocan fruto del azar, del tiempo y del
capricho de sus dueños. En un museo todo está pensado para la observación poco
emotiva y racional hasta el extremo. La mejor obra colocada en un museo es la Victoria
de Samotracia en el Louvre, en una escalera, algo que te obliga a caminar y a
levantar la cabeza para verla, es el puro movimiento de la escultura lo que
compartimos.
-Estos
carteles de la Guerra Civil son geniales.
-Sí,
aunque esos son los de Franco.
-¿Qué
es un flecha?
-Un
flecha es como el equivalente de las juventudes hitlerianas de los falangistas
españoles.
-Ah,
sí, en Italia estaban la Gioventù
Italiana del Littorio y la Opera
Nazionale Balilla. Organizaban
campamentos de veranos y cosas así.
-Ya,
aquí creo que también, es muy social el fascismo. Yo me sé una canción infantil
sobre flechas y campamentos y, ahora que lo pienso, no tengo ni idea de por qué
yo aprendí eso.
Otra
cosa que no me gusta del Reina Sofía es esa estructura suya que te hace salir
cada dos por tres al pasillo para ir enlazando salas. En un momento estoy
absolutamente despistado y no sé si veníamos de la derecha o de la izquierda y
hacia dónde debemos continuar. Él se da cuenta de mi despiste y me sonríe sin
decir nada. Es quizás el único momento en el que los gestos no están medidos. Hasta
ahora, manteníamos el teatro propio de dos desconocidos que intentan
fingir una normalidad que no es cierta
porque en realidad no sabes nada del otro.
-Es
hacia ese lado.- y mientras pronuncio estas palabras aprovecho para
recomponerme por dentro, para seguir adoptando el rol de guía turístico. Para
que a esa sonrisa no responda con otra que sea la perdición.
Apenas
nos queda tiempo, porque el museo cierra a las siete, y nos vamos ventilando las
salas a una velocidad imposible que no me permite ver ni los títulos de los
cuadros.
Subimos
a la tercera planta, a la exposición de Hamilton, pero no sé si estamos
siguiendo el itinerario marcado, apenas vemos dos salas con cuadros que
representan cosas parecidas a unos trilobites.
-Deben
ir abandonando la exposición señores, vamos a cerrar.
Bajamos
a la planta baja, pero no queremos salir por la entrada principal, queremos
salir por la del edificio nuevo. Dos guardas de seguridad al fondo me hacen pensar
que será imposible. Pero no, muy amablemente
nos dicen que sí, que podemos ir por allí. Llegamos al patio y veo que
Luca se siente impresionado por la magnitud de la cubierta. Se acerca a la
escultura que preside el patio central.
-¿Es
de Roy Linchestein?
-Sí,
sí, lo es.
-Es
genial, hazme una foto.
Y
mientras yo me arrodillo para lograr un contrapicado estupendo que incluya parte
del techo, él hace toda clase de posturas como si aquello fuese una sesión de
fotos en toda regla.
-Ok,
ya, mira a ver si te gustan.
-Sí,
sí, están geniales.
Al
salir nos giramos para ver el edificio
desde fuera y es cuando veo anunciada la exposición de Hamilton con la única
obra de él que reconozco, una especie de collage con un hombre musculoso medio
desnudo con una raqueta en la mano, y una mujer desnuda sentada en un sofá, con
un raro sombrero que recuerda a la pantalla de una lámpara de pie.
-Ahora
ya sé quién es Hamilton, este cuadro lo conozco, lo he visto en libros.
-Me
he enamorado.
-¿Cómo?
-Ese
chico- me dice señalando hacia el paso de cebra.-Creo que es el que estaba en
uno de los mostradores de la entrada. Bueno en realidad me he enamorado dos
veces, había un chico con su novia, yo he mirado y la chica me ha mirado con
cara de “es mío”.
-Ah,
vaya. ¿Has visto los que te decía del techo? Es increíble, y con ese color rojo.-
Y
me giro para evitar que sea perceptible mi cara disgusto tras la decepción
amorosa. Esta vez sólo ha tardado tres horas en llegar.
-¿Y
ahora dónde vamos?- me pregunta.
-Hemos
quedado en Sol, siempre se queda en Sol.
Magnífico paseo por el Reina Sofia...!
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